Reflexiones: Negación y Orgullo



Casi nadie quiere admitir que hizo algo mal. Cuando a uno lo descubren haciendo algo que uno sabe que no debería hacer, suele mentir. Recuerdo un incidente hace varios años, con la suegra de una amiga. Ella era diabética y no debía comer golosinas, hábito que nunca pudo dejar. Una tarde, esperando un taxi, notó que hábilmente deslizaba algo desde la cartera hasta la boca. El marido la enfrentó diciendo “¿Otra vez estás comiendo dulces?”

“¡No!” dijo ella, con la voz distorsionada por el tamaño del bombón que tenía en la boca. Él tomó la cartera y la abrió, descubriendo una colección que hubiera hecho feliz a un niño en noche de Halloween.



Muchos, y me incluyo, funcionamos con lo que llamo el factor Merlín. No me refiero al Merlín famoso como mago, sino a nuestro perro de la casa. Merlín era un canino de razas mezcladas, parte San Bernardo, parte Gran Danés, parte sabueso y parte mastín. En su mejor época, Merlín pesaba cerca de 80 kilos y medía un poco más de dos metros del hocico a la cola. Si uno lo dejaba, trataba de acomodarse en el regazo. También le gustaba mirar TV con la familia en la sala. No exagero: se sentaba en el sofá con las patas delanteras apoyadas en el piso. Así de grande era Merlín.

Pero su posición favorita era desparramarse en el sofá, a nuestro lado, detrás de nosotros y por encima de nosotros, cosa que desalentábamos, porque, bueno, era en parte sabueso y el olor de su cuerpo podía ser abrumador. Especialmente después de revolcarse en bosta de ciervo, cosa que adoraba hacer en los bosques que rodeaban la casa.

Esto era un ritual que teníamos que soportar varias veces por semana. Es lo que me hizo pensar que tal vez la psicología de la negación tenga raíces caninas. Verán: Merlín pensaba que si él no nos podía ver, entonces nosotros no podíamos verlo a él. De modo que desarrolló el método de escabullirse hacia el sofá, a lugares que sabía que no debía ir. Se trepaba al sofá hacia atrás; sí, iba hacia atrás. Y miraba para otro lado mientras lo hacía, como si ese truco lo hiciera invisible. Invariablemente, uno de los miembros de la familia decía “MERRRLIN” en el tono reprobatorio que los perros casi siempre entienden. Él nos miraba con cara de incredulidad – ¿Cómo me vieron?

Creo que la negación en los humanos es así. Si simulamos no notar algo, tal vez los que nos rodean tampoco lo noten. Aunque esto pueda ser cómico a veces, en una relación es un verdadero problema, sobre todo en una Relación Sagrada.

En algunas relaciones la negación funciona. De hecho, sin ella algunas relaciones se harían pedazos. Pero una Relación Sagrada se construye sobre un cimiento de confianza mutua y verdad. Si no hay honestidad entre los dos, la Relación Sagrada no puede existir. De modo que la negación es una especie de toque a funeral para esta clase de relación.

Ser claro y honesto con respecto a todo, cada uno con el otro, puede requerir humildad. También puede ser bastante molesto, les confieso. Que nuestro compañero o uno mismo sea confrontado con una actitud o conducta que no sirve a la relación, es encontrarse cara a cara con el propio carácter – o más precisamente con los propios defectos de carácter.

Nunca olvidaré un comentario de una amiga que ya estaba en los ochenta años. “Todos tenemos defectos fatales; lo importante es qué hacemos con ellos. Eso es lo que cuenta.”

Una Relación Sagrada requiere una honestidad y una impecabilidad que pueden poner rápidamente al descubierto nuestras fallas ocultas y defectos. En tanto este tipo de auto-conocimiento es difícil de manejar, sin él no puede haber crecimiento psicológico y espiritual auténtico – al menos es mi opinión.

Para muchos de nosotros el problema es que ver nuestros defectos y fallas puede ser tan desalentador que simulamos que no existen y, si nos fuerzan a verlos, recurrimos al orgullo. No estoy hablando del tipo de orgullo que tiene que ver con la autoestima positiva. Hablo del orgullo que esquiva los problemas. Cuando no hay más remedio que afrontar la conciencia de las propias fallas, a menudo el orgullo ayuda a zafar. Tal vez la palabra arrogancia sería mejor, aunque ambos vocablos pueden intercambiarse según el diccionario de mi computadora. La arrogancia aleja a la otra persona; crea una separación inmediata, y ante esa actitud los demás suelen darse por vencidos e irse.

Personalmente, encontré que me sirve ponerle apodos a mis diversas personalidades arrogantes. Uno de ellos es Charles Thomas. Esos eran los nombres de mi padre y mi propio ánimus (aspecto masculino internalizado) lamentablemente tiene algunas cualidades negativas, como la terquedad, por ejemplo. También tengo otro aspecto que es el del avestruz. Ya sabrán que los avestruces muestran una conducta peculiar ante una amenaza o un peligro. ¡Meten la cabeza en un hoyo en el suelo! Esta debe ser su versión de Merlín, el perro de mi familia, del que antes les conté.

En todo caso, dar apodos a estos aspectos de nuestra psicología ayuda a desactivar algo de la carga emocional. Pruébenlo. La próxima vez que uno de estos desagradables y mañosos yoes surjan de sus submundos psicológicos, escandalícenlos poniéndoles un apodo.

Ofrezco esta pequeña sugerencia porque cualquiera que intente una Relación Sagrada necesita conservar su humor. Necesitamos todos los recursos que podamos reunir. Y cuando surge un aspecto de uno mismo que no sólo es mañoso sino directamente negativo en sus efectos, es mejor que lo enfrentemos rápido. Los aspectos negativos propios pueden causar catástrofes en una relación, de modo que mi consejo es enfrentarlos directamente, y nada funciona tan rápido como el humor.

Quienes intentan vivir el experimento de una Relación Sagrada, lo hacen sin ayuda de mapas o de comprensión por parte de la cultura. Es, de hecho, la ruta menos transitada. Así que, de un viajero a otro, ofrezco este simple consejo práctico: la negación, el orgullo y la arrogancia pueden ser nuestros enemigos peores y más escurridizos. Pueden saltar en el momento más inesperado y cuando lo hacen, mi sugerencia es mirar hacia adentro profundamente. ¿Qué estás tratando de evitar y por qué?

Reflexiones Finales

Si hay un consejo que podría compartir con quienes vivimos en la Casa de las Relaciones, es buscar genuinamente comprenderse uno a otro sin proyectar nuestros deseos no asumidos sobre el otro. Y necesitamos celebrar las diferencias entre ambos. Después de todo, es nuestra característica única la que hace interesante la vida. Una relación que prospera no requiere que los dos hagan las mismas cosas, que vean o experimenten el mundo del mismo modo – siempre que haya aceptación, aprecio y respeto mutuos.

Tomado de Tom Kenyon. Editado por Meba

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