Sin importar lo bien que hayas ensayado lo que has planeado hacer, la ansiedad
del actuar puede destrozarte. Tu corazón funciona a batacazos y las palmas te
sudan. Tu lengua se vuelve pesada y estúpida y tus labios de adhieren a los
dientes. Al mismo tiempo tu cuerpo siente como si estuviera ardiendo por fuera
y congelándose por dentro. Te sientes rígido como una barra de acero pero estás
tan gelatinoso que apenas puedes permanecer de pie.
¿Qué sucede dentro de la mente que devasta el cuerpo de esa manera cuando
"se funden los plomos" y ya no hay ensayo que valga?
Al comienzo de mi carrera musical tuve mi primer ataque de ansiedad. Lo
recuerdo como si hubiera sucedido ayer por la noche. Estaba 'preparada' para
una audición en directo con una banda country. No era la primera vez que me
subía al escenario, pero era mi 'debut por dólares'. Había pensado que
comprendía la ansiedad: eran unos instantes de nerviosismo antes de empezar.
Pero en esa ocasión no cantaba por diversión. Ahora tenía importancia.
Puedo recordar mucho de lo que sucedió: Escuché al líder de la banda decir al
público que una de sus señoritas favoritas iba a cantar You Ain't Woman Enough;
y le vi volver la cabeza y hacerme ademanes mientras yo aguardaba al pie de la
escalera, a la derecha del escenario, y estoy segura de que le oí decir mi
nombre y entonces recuerdo vagamente que pidió aplausos para mí.
Después de eso solo recuerdo que ningún condenado subió nunca al patíbulo con menos vivacidad que yo. No sé cómo tomé el micrófono y en verdad no recuerdo qué hice mientras estaba allí.
El foco me daba en los ojos y mantuve la mirada hacia delante, con
los ojos abiertos e incrédulos... sí, como un ciervo atrapado por las luces de
un camión que se le acerca. Y si ese ciervo hubiera empezado a silbar Dixie
(canción popular de los E.E.U.U.), hubiera hecho mucha más música de la que yo
hice aquella noche.
No conseguí el trabajo
pero cogí el mensaje: conquistar mi miedo u olvidar mi carrera. Era
así de simple. Por NATALIA PAEZ
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