La Empatía y sus límites


La definición más común de la empatía consiste en la habilidad que tiene una persona para ponerse en el lugar de otra. Este concepto es demasiado genérico: se trata de una respuesta afectiva que implica la comprensión del estado emocional del otro. Este tipo de respuesta nos permite poder sentir ese mismo estado y aproximarnos a él habilitando respuestas menos agresivas y más prosociales.

Según Eisenberg, (2005) actualmente se tiende a pensar que la empatía es una habilidad multidimensional, diferenciándose entre la empatía afectiva o emocional y la cognitiva. La primera se refiere a la respuesta emocional propia ante el sentimiento ajeno, y la segunda – que en cualquier caso se desarrolla después de este primer componente emocional -, estaría relacionada con la comprensión de la posición del otro y la discriminación entre el yo y los demás.  En conjunto, la empatía emocional y la cognitiva permiten a la persona entender y comprenderlos sentimientos y las emociones ajenas.

Igualmente se habla de una empatía perceptual, en la que somos capaces de representarnos en el espacio y el tiempo la situación del otro. Esta diferenciación es crucial en lo que respecta a la aparición de la conducta prosocial y cómo funciona este mecanismo.

Nuestros sistemas de razonamiento moral prosocial nos asisten en la toma de decisiones sobre proporcionar ayuda a otras personas cuando hay algún tipo de conflicto entre nuestras necesidades – razonamiento hedonista – y las de los demás – orientado a necesidades -.

Tanto Eisenberg y cols. desde 1995, vienen considerando que cuanto mayor sea mi capacidad empática, más dispuesto voy a estar a orientarme a las necesidades, siendo consistente la investigación en señalar que las mujeres son más proclives al comportamiento cooperativo que los hombres, que muestran mayor tendencia a razonar de forma hedonista y a comportamientos agresivos (Tur y cols. 2016).

Por lo tanto, cuando somos capaces de captar el estado emocional de otras personas esto puede favorecer que podamos comprender sus necesidades y por tanto adecuar nuestras conductas hacia una resolución del conflicto más satisfactoria.

Pero en este sentido, se debe tener cuidado, porque ese tipo de correlación no implica causalidad y esto no siempre es así: no podemos dejar de lado que, en esta valoración de la situación ajena, el procesamiento cognitivo que haremos está influido por nuestras propias creencias y parámetros morales, y por ello el mero hecho de poder empatizar no garantiza que acepte o esté de acuerdo con la posición ajena.

Debe existir una limitación y estar consciente de sus peligros. En este aspecto Carl Rogers sentó las bases en tres actitudes esenciales para una relación de ayuda:

 La empatía, entendida como una actitud de escucha profunda y activa para poder percibir el mundo interno de la persona a la que deseamos ayudar.
 La autenticidad, en el sentido de mostrarnos sinceros y congruentes, sin construir un personaje amparados por roles profesionales o personales. Esto implica estar dispuesto a mostrar y comunicar sentimientos y experiencias.
 La aceptación positiva incondicional. Si puedo desarrollar una condición positiva hacia el otro, puedo facilitar el cambio; estamos dispuestos a que la persona exprese sentimientos libremente sin juzgar ni manipular.

Se debe tender claro, que empatizar con alguien no significa estar de acuerdo con lo que piensa o hace; podemos comprender sin aceptar. De hecho, podemos darle la vuelta a la situación: somos también capaces de aceptar sin necesidad de entender, simplemente respetando el derecho de otro a tomar decisiones propias, siempre que no supongan una quiebra o daño para nadie.

En síntesis, si a pesar de su importancia, mediante nuestra habilidad empática no hemos sido capaces de ponernos de acuerdo con el otro, ni asimilar sus puntos de vista, disponemos de otras capacidades psicológicas para llegar a pactos de convivencia o cooperación, como la resolución de conflictos, la toma de decisiones, la asertividad, las habilidades de negociación o el razonamiento moral.

Las discrepancias dentro del concepto de empatía, no se hallan en pensar si es un fenómeno cognitivo o emocional, sino en verla como una parte de la representación del mundo (Teoría de la Mente), una habilidad comunicativa, una competencia ciudadana o un componente de la inteligencia emocional, puesto que aunque tiene un núcleo común que tiende hacia la unificación del concepto, el abordaje que se hace sobre sus alcances lleva a establecer marcadas diferencias, de tal forma que cuando se hace alusión al término empatía, es necesario aclarar desde dónde se habla de él.

La empatía es una potente herramienta de socialización y se puede aprender y modular:

 Escucha activa. Pregunte y muestre interés. Resuma lo que el otro diga.
 Ejercicios de sintonía. Sonría si le sonríen, permanezca serio si el otro lo está, sincronice su emoción con la del otro.
 Póngase en sus zapatos. Imagine cómo sería un día en la vida de otra persona. Sin juicios.
 Sea amable. Pregunte a los demás cómo están y qué les sucede.
 Identifique la emoción. Por los gestos y luego verifique: "¿Te sientes triste?"».
 Aprenda a consolar. Basta decir "te comprendo", ¡sin dar consejos!
 Preste ayuda. Utilice un día a la semana para apoyar a otra persona que lo necesita.
 Puedes ser empático pero debes reconocer que “Sus problemas son suyos”. Y aquí un punto clave, esto no quiere decir que no podamos ayudar, pero será la persona quien deba afrontarlo.

La Empatía excesiva

La persona con un exceso de empatía es como una antena de largo alcance que absorbe y engulle cada emoción que vibra en su entorno. Lejos de gestionar semejante sobrecarga, se acaba diluyendo en las necesidades ajenas, envenenándose por exceso de compasión hasta el punto de sentir culpabilidad por el dolor que otros experimentan. Pocos sufrimientos pueden ser tan desgastantes.

El exceso de empatía nos incapacita por completo para ver con claridad al depredador, asesino o maltratador que se pueda tener por delante.

Este exceso de empatía o «híper-empatía» supone ser un espejo y a su vez una esponja. No solo se siente lo que otros sienten, sino que lo sufrimos, y es un dolor físico que crea angustia y que a su vez, nos supedita a las necesidades ajenas sin poder discriminar esa frontera entre uno mismo y los demás.

Un problema importante que puede acarrear un exceso de empatía es la falta de control sobre nuestros propios sentimientos y emociones. No sólo ayudamos al que lo necesita, sino que hacemos suyos sus problemas. Incluso libramos a otros de afrontar sus propios contratiempos y los vivimos nosotros.

Cada problema que se nos presenta es nuestro, y por tanto, debemos afrontarlo y aprender de él. Lo mismo ocurre con los demás. Sus problemas son suyos. Y aquí un punto clave, esto no quiere decir que no podamos ayudar, pero será la persona quien deba afrontarlo.

Por lo tanto, esta comprensión empática exige no olvidar que se trata de los sentimientos de otra persona y no de los nuestros. Si lo que escuchamos tiene alguna relación con problemas o sentimientos nuestros, es muy fácil identificarse con ellos y sufrir el dolor del otro como si fuera nuestro.

Lo ideal es poder entrar en el mundo privado del otro y ver sus sentimientos y motivaciones, sin juzgar ni evaluar, tal como él los ve.

Moverse en ese ámbito con delicadeza, sin pisotear conceptos o valores que son importantes para él. Se trata de percibir intuitivamente, no sólo aquellas experiencias que para él son conscientes, sino también esas otras que percibe apenas en forma velada y confusa. Según decía Rogers:

“Cuando la persona se da cuenta de que se le ha oído en profundidad, se le humedecen los ojos... Es como si un prisionero encerrado en una mazmorra - o un sepultado vivo - consiguiera por fin comunicarse con el exterior. Simplemente eso le basta para liberarse de su aislamiento. Acaba de convertirse de nuevo en un ser humano.”

Carl Rogers, 1985 - “Carl Rogers Speaks on Characteristics of Effective Counseling – 1985” – Center for Studies of the Person.
Estévez López, E., Musitu Ochoa, G. & Herrero Olaizola, J. (2005). El rol de la comunicación familiar y del ajuste escolar en la salud mental del adolescente. Salud Mental, 28(4), 81-89.
Eisenberg, N., CarIo, G., Murphy, B., Van Court, P. (1995). Prosocial development in late adolescence: a longitudinal study. Child development 66, 1179 - 1197.
Tur A., Llorca A., Malonda E., Samper P. y Mestre M. (2016). Empatía en la adolescencia. Relaciones con razonamiento moral prosocial, conducta prosocial y agresividad. Acción Psicológica, diciembre 2016, vol. 13, nº. 2, 3-14.

...MEBA...

Cortometraje: https://www.youtube.com/watch?v=tl-gVZm0hXw

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