Carl Rogers, psicoterapeuta norteamericano, es el promotor teórico-práctico del
concepto de empatía. Y la define como:
"el estado que consiste en darse
cuenta con precisión del cuadro de referencias interno de otra persona, juntamente
con los componentes emocionales y los significados a ella pertenecientes, como
si fuésemos la otra persona, sin perder la noción de que es como si
estuviésemos tristes o alegres".
Este estado emocional juega en nosotros a favor de mil situaciones
cotidianas: la educación, la política, las relaciones afectivas, laborales y
familiares, etc.
La empatía es observada en los niños durante su primer año de vida, en
oportunidades suelen darse vuelta para observar a otro niño llorar y en
ocasiones se pondrán a llorar también; esta acción el psicólogo Martín Hoffman la
llama empatía global, y es considerada como la incapacidad del niño para
distinguir entre él mismo y su mundo, interpretando la aflicción de cualquier
otro bebé como la propia.
A medida que las capacidades
perceptivas y cognoscitivas de los niños comienzan a madurar, éstos aprenden
cada vez más a reconocer los diferentes signos de la carga emocional del otro,
y son capaces desde su escasa experiencia, combinar su preocupación con
conductas adecuadas y acertadas, como colocarse en el lugar del otro. Es decir,
podría considerarse un sentimiento/emoción innato del SER humano.
En este nivel de aprendizaje,
quiero reflexionar lo siguiente, si los niños logran desde su escasa
experiencia y madurez reconocer los diferentes signos de la carga emocional de
sus compañeros, hermanos o vecinos, y son capaces de combinar su preocupación
con conductas adecuadas ¿Qué nos pasó con este estado innato? ¿Qué nos pasó con
este aprendizaje? ¿Dónde o en qué momento dejamos de sentir y valorar a nuestro
entorno, a nuestro hermano, vecino o compañero de clase o de trabajo? ¿En qué
nivel de nuestra formación se borró el reconocernos en el otro?
Existe una falla, una gran falla
en nuestra sociedad, en nuestras familias y en nuestro sistema educativo, en
nuestro desarrollo como personas. Este sentimiento tan hermoso, que nos identifica
con nuestra Humanidad, que es innato, se pierda en el espacio/tiempo, Efectivamente
existe una fisura en nuestra formación, una grieta que nos aleja cada vez más de
la empatía, como estado emocional de colocarnos en el lugar del otro para apreciar y valorar su sentir como algo importante para
nosotros.
Cuando llegamos al mundo adulto, y estamos rodeados de situaciones
y relaciones de todo tipo (familiares, laborales, políticas, educativas, etc.),
y este ejercicio de empatía se percibe escaso, pues vivimos desatentos e
indiferentes a la realidad del otro. Vivimos juntos y a la vez aislados, pues
en ocasiones desconocemos, excluimos y olvidamos al otro. ¿En qué momento dejamos de ser importantes
para nosotros?
La empatía nos lleva a conocernos, y esto nace, cuando observamos
la conducta de los demás, cuando lo escuchamos y tratamos de comprender sus
razones de ser, apartando nuestro sentimiento, razones, convicciones o intenciones.
Conocernos a nosotros mismos, es una facultad propia de la empatía,
que según Goleman “La conciencia de uno mismo es la facultad sobre la que se
erige la empatía, puesto que, cuanto más abiertos nos encontremos a nuestras
emociones, mayor será nuestra destreza en la comprensión de los sentimientos de
los demás”.
Esto quiere decir, estar consciente de quienes somos y como somos.
Y me pregunto, ¿Será entonces, que nos olvidamos de nosotros mismos? En qué
momento de nuestro crecimiento, madurez o aprendizaje dejamos de ser inteligentes,
sensibles, observadores, buenos oyentes, sociables y afectivos. ¿En qué momento
dejamos de ser empáticos?
¿En qué momento nos alejamos de este tipo de sensibilidad, en
qué momento nos desconectamos? ¿En qué
momento de nuestra formación/aprendizaje desaprendimos u olvidamos la empatía?
Si observamos nuestro entorno inmediato, los sucesos diarios de
nuestra comunidad, país y del mundo, se nos hace absurdo negar la existencia de
personas, maestros, padres, políticos, jefes, gobernantes, familiares, hermanos,
compañeros, amigos, que están emocionalmente sordos, y son socialmente torpes, pues
una y otra vez, se equivocan al interpretar erróneamente los sentimientos de
los demás, o lo hacen de un modo tan automático, desconectado e indiferente
que hace imposible mantener una relación humana armónica y equilibrada.
Según Gandhi “las tres cuartas
partes de las miserias y malos entendidos en el mundo terminarían si las
personas se pusieran en los zapatos de sus adversarios y entendieran su punto
de vista”.
Indiscutiblemente, la empatía es innata del SER humano, y es necesario
reconocerla, reencontrarla en nosotros, despertarla y aplicarla nuevamente, para
retornar a nuestra esencia de SER quienes somos, un SER hermoso de amor y humanidad:
inteligentes, sensibles, observadores, buenos oyentes, sociables y afectivos.
...Meba...
No hay comentarios:
Publicar un comentario